26 abril, 2009

Tu música

Deseaba que cada seña fuera un símbolo, que cada guiño, cada poema, cada libro y cada canción fueran inspiración en él para recrear en sus pensamientos su cara, su pelo, su olor...cuando la canción se refería al pasado, sufría en silencio recordando los amores de juventud que él le había comentado, recuerdos infantiles, adolescentes, que eran capaces de despertar el temor en su estómago...le veía tan maravilloso que ni por un momento se podía plantear existir sin él, que su mano no recorriera los caminos con ella, mucho menos, imaginar un amor más sublime que el que sentía por ella. Jamás preguntaba si era lo que más quería, no podría soportar un amor mayor.
Y cuando emocionado, le acercaba el IPhone o metía un vinilo en aquel viejo toca discos que ella misma le había regalado, simplemente sonreía. Jamás revelaría aquel temor, aquella palpitación envolvente, amaba tanto aquella mirada entusiasta e infantil...y ponía los cinco sentidos en la música para acercarse aún más a su mundo, un mundo compartido.
Aún no sabía que la diferencia entre padecer un amor cuerdo o no, frecuentemente residía en la capacidad de uno para no decir lo que realmente le hacía padecer, cada una de las tonterías, o no, que hacen que nuestra alma se retuerza. Es la fortaleza de quedarse con la mirada enamorada y suponer, desear, simular, que ese sentimiento sólo es producido por nuestra persona.
Ignoraba, también, el temblor que asaltaba los labios de él mientras contemplaba al amor de su vida, con los ojos cerrados, perdida en sus propios pensamientos.