21 julio, 2008

La playa de los treinta y pico (ese enorme desierto de incomprensión)


El otro día fuí a la playa. Y me volví de mal humor...La verdad es ue me había levantado con el pie torcido, me había tirado una hora depilándome, me unté en crema protectora, preparé los bocadillos y las latas, me heché rimmel waterproof y a eso de las doce cuando terminé...ya no tenía ganas de playa.

Aún así me embutí en ese bikini nuevo que, a modo de braga tanga ,dejaba intuir donde terminaba mi espalda, pero eso si, con una especie de faldilla juvenil de unos seis centímetros de largo que se suponía disimularía un poquito la piel de naranja que no había logrado quitarme con una larga serie de milagros que cabreaban a mi prójimo porque alargaban aún más el momento de irme a la cama.

Terminadita de maquear, me asomé al espejo sacando pecho entre las almohadillas que lo rodeaban y lo que vi no me convenció nada.
Obviando esos puntitos rojos que poco a poco iban poblando mi piel(fruto de la tortura del Epilady), decidí sonreir, subir al coche y poner música guay que me devolviera a los 20, pero no a los mios, si no a los de los chavales que juegan a voley playa y que a una le encantaría que volvieran la cabeza cuando pasas (...aunque suene rollo "El Graduado").

El caso es que cuando llegué a la playa, me sentí absurda, quité la faldita cursi del bikini y saqué a pasear mis pechos al sol tal y como había hecho durante los últimos 13 años. Decidí seducir a mi compañero, con la simpatía que me carazteriza, y disimulando buen humor hablamos de las tetas de esa o aquella, de tal, de pascual...pero mi interior fluía en dos direcciones, una era un río de paz y buen rollo, la otra más espesa, cada vez cargada de más mala leche.

Es dificil vivir en un cuerpo de treinta y pico, es como en la adolescencia, solo que el resultado siempre es negativo y además te lo tienes que callar.

Y así,yo solita, me terminé de amargar el día.

A la noche, llamaron a mi compañero, que discretamente fué a ponerse una cerveza(yo iba por mi tercer vaso de agua, para bajar la grasa del bocata de la playa), le oí bajar la voz, y yo, como soy como soy, me levanté sigilosa, a ver qué decía.
Le estaba contando el día, lo bien que lo habían pasado y entre risas, lo buena que seguía estando su chica...


Ahora si que estaba de mala leche, pero conmigo misma.

Me levanté a la cocina, abrí una cerveza, corté un poco de queso y esperé a que el río positivo, venciera al negativo. Este sucumbió al primer bocado de curado.